No sólo de pan vive el hombre
( Reflexiones casi cristianas sobre la igualdad alimenticia)
Por Fabián Núñez Baquero
18/4/08
No sólo de pan vive el hombre, decía ya Cristo hace más de dos mil años, y nosotros podríamos repetir ahora este aforismo incluso sin el permiso de los fatigosos economistas que creen que las reglas del Mercado son el non plus ultra para garantizar y eternizar la ganancia. Cristo, como es sabido, en lugar de llamar a producir más- como se podría creer que es la primera receta para combatir el hambre-,dijo otra cosa, y es más, él dio el ejemplo- cuando multiplicó pocos panes para que las muchedumbres hartaran su estómago-, diciéndonos clara y terminantemente que el problema no es de la producción solamente, sino sobre todo el de la distribución, el de la equidad, en que todos tengan su pan y su harina. En el tremendo sistema patriarcal de su época, plagado de privilegios, el que un hombre como él hiciera alcanzar pocos panes para muchos, con toda razón puede ser catalogado como un milagro y así lo creyeron sus contemporáneos.
Es claro que si él viviera ahora, tendría un problema gordo que resolver: cómo repartir el pan para 6 mil millones de personas en el menor tiempo posible y sin que se alteren las reglas de absoluta igualdad. Él no repetiría- como hacen los loros de la prensa y la economía- que el Mercado, es decir las fuerzas ciegas de una sociedad que se mueve sólo por el deseo del lucro, lo puede todo y lo regula todo. Él, con toda seguridad, habría insistido en la noción de que mejor es repartir el pan que haya entre todos, antes que la bronca de la desigualdad se extienda en todo el globo. Después de todo para eso preparó a doce discípulos- talvez trece, con María Magdalena-,para que ejerzan un gobierno mundial- de hecho el cristianismo es un gobierno mundial- y para que resuelvan el arduo problema de multiplicar( léase, repartir por igual) los peces y el pan, la lenteja y la mermelada.
Pero el gobierno mundial de los discípulos de sus discípulos ya no sirve para nada, a lo más para que su máximo representante ejercite el poco efectivo oficio de turista y de visitante a gobernantes indeseables e ignorantes, en lugar de ir a ver a los pobres, como lo hacía él. De hecho ahora ya nadie se preocupa por los pobres, aunque éstos- cosa imposible de creer- somos más del 98% de los 6 mil millones de personas que pernoctamos en el planeta. Y Cristo, aunque supuestamente está en el cielo, sigue siendo pobre y su doctrina de alguna manera propugna el gobierno de los pobres. Aunque, por otro lado, el lado depresivo de su doctrina patrocinaba la fea perspectiva de que siempre tendréis pobres entre vosotros.
Por supuesto que Cristo no abandonaría su posición como abanderado de la igualdad, pero tampoco aceptaría que- como el caso de Venezuela- la gente sólo se dedique a recibir billete y a no producir nada. Es decir que no tenga qué repartir y sólo se confíe en que otros les den produciendo. Pero tampoco aceptaría la demagogia malévola de levantar- como en Cuba- las prohibiciones a la producción agrícola, a visitar y cohabitar en hoteles caros y a comprar teléfonos celulares, cuando la mayoría de la población no tiene para tomarse un helado o para el transporte cotidiano y sólo unos pocos disfrutan dólares que les mandan sus familiares emigrantes o que se sirven de la mamadera del gobierno.
Cristo jamás podría estar de acuerdo con Creso (Léase banqueros y financistas) a quien todas las cosas se le convertían en oro y que, por lo mismo, padecía de una tremenda anemia y casi andaba sistemáticamente deshidratado. Con seguridad él propondría una nueva parábola con respecto a cómo un hombre tiene cualquier cantidad de dinero en el bolsillo pero que se muere de sed o de hambre porque, a pesar de ser multimillonario, no encuentra una papaya o un litro de leche en el mercado. Sería una parábola hermosa- aunque muchos creerían que Cristo lo hiciera con dedicatoria a los venezolanos o a los parásitos de Wall Street. Cristo les trataría muy mal a aquellos indostánicos que en lugar de tomarse la leche de la vaca o comer su carne, se la pasan adorándola hasta cuando ésta se cae de vieja. De éstos no haría ninguna parábola por considerarlos absolutamente necios.
Cristo, desde luego, lo que hubiese hecho es reunir a sus discípulos- a su gobierno mundial- para que se pongan de acuerdo en cómo evitar al Creso venezolano, a la cruel demagogia cubana, a la parasitaria clase que evapora el dinero - es decir, el sudor-en la Bolsa de Valores, y repartir por igual la papa y el centeno en todo el planeta. Y esto no debe verse como una abusiva generalización de la personalidad de Cristo. No. Recuerden que cuando la mamá de dos discípulos se le acercó para recomendarles a Jesús para que ellos se sienten a la derecha de Cristo en el reino de los cielos, él le paró de una, en seco, diciéndole que no había tal, que en su reino no había lugar para la desigualdad.
Por lo que no es traído por los cabellos pensar que Cristo habría recomendado que toda la producción de la Tierra sea repartida por igual entre todos sus habitantes: los que tienen quinua boliviana recibirían trigo norteamericano o ucraniano; el maíz andino-meso americano se repartiría en todo el globo a cambio de leche holandesa, el atún y el plátano ecuatorianos a cambio de ropa Saint Laurent o automóviles Mercedes Benz. Lo que no lo hubiese permitido o recomendado es que se use el maíz para producir etanol mientras gran cantidad de habitantes mexicanos o de donde sea bostezan con el estómago en el espinazo, o que se despueble la Tierra de árboles porque éstos permiten la fecundidad agrícola. Pero dar de comer a todos, cumplir el milagro del reparto igualitario de los alimentos es un problema mundial de un gobierno mundial, el Reino de Dios que buscaba Jesús.
De modo que Cristo sería el pionero- como siempre- en decir ,en insistir que se cumpla, la formación de un gobierno mundial de los pobres para resolver el problema de la alimentación de modo que éste trabaje para que nadie se muera de hambre en el planeta. Esto implicaría que la tierra tendría que ser trabajada colectivamente y sin ningún jayán perdonavidas haciéndolas de propietario y con derecho a subir precios, a venderla para fundar caras ciudadelas con hipotecas jamás pagables o mermar la cantidad del reparto en la producción y en la igualdad, Este sería el único modo de parar las movilizaciones mundiales por la desigualdad alimenticia. ¿Por qué la gente va a realizar manifestaciones- o robar o matar- si tiene el estómago lleno? No olvidemos que Cristo, igual que los musulmanes e hinduistas hacen la apoteosis del hambre: el uno ayunó 40 días en el desierto, los otros practican el ayuno del Ramadán y los últimos- como en el Artista del hambre de Kafka- lo ejecutan cotidianamente, casi como un arte. Pero en todos estos casos el hambre no tiene la presión negativa, desesperada de lo que es no tener, no disponer, ser imposible el acceso a los alimentos: una cosa es tener hambre por hobby y otra padecer hambre por necesidad, porque los precios son inalcanzables, por carencia, por pobreza, por desigualdad económica.
Para que todo sea para mejor, Cristo dispondría que los comerciantes e intermediarios sean eliminados y se integren en el proceso de producción y de reparto equitativo de la riqueza y la alimentación. Pero los Ashkenasim- la clase dominante judía- sabían que lo que proponía Cristo era nada menos que la eliminación de todo privilegio y de la forma de producción de la riqueza para unos pocos. Por eso conspiraron para matarlo y utilizaron a un mismo discípulo suyo- a un supuesto militante de la nueva doctrina comunitaria- para cumplir esta meta.
No sólo de pan vive el hombre, es cierto, pero sólo una insignificante minoría en el globo vive de las treinta monedas que Judas cobró para que su maestro- quien luchaba por eliminar la desigualdad económica y social de su época- fuera crucificado por los representantes de Creso en la comunidad judía.
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