Manuel Federico Ponce, poeta esencial
Por Fabián Núñez Baquero
23/02/10
Algún día innominado escribí algo para ese poeta esencial llamado Manuel Federico Ponce. No le gustó lo que escribí sobre su amada poesía, talvez tenía razón contra mí, no sé dónde está ese pequeño ensayo. Pero él sabe, siente, que siempre le he considerado un poeta ejemplar. Tiene formas rarísimas y sencillas de decir las cosas, me espanta su pureza de vida y de palabra. No sé de nadie que haya luchado tanto por su vocación y que sea en la vigilia y en el sueño, en la eternidad de cada momento, lo que se llama de verdad un poeta. Está siempre atento para divulgar su lámpara de silencio con la humildad de la gaviota en la inmensidad del océano, del oceáno de las personas que no le prestan su fuego ni, a lo mejor, su oído. Recoleto, nervioso, tartamudeando su clara e increible humanidad ante los demás, pero con la certeza dulce del capulí y la elevada ráfaga andina nos entrega sus tesoros:
La poesía es así
no la puedes tocar
ni cambiar, casi.
Es como un cristal
Si la tocas
se rompe.
Ante tanto farandulero anchetoso que se lava la boca con la estética, que proponen trabalenguas huecos, la fórmula de Manuel Federico es simplemente de jade verde, de cornalina o corindón, y a la vez, tan milagrosa como una lágrima. Tampoco tengo derecho a tocar esa visión, se basta por sí misma. La diafanidad es una virtud del diamante y de la libélula, sólo quien tiene un aliento pasicorto de albatros en tierra o de niveo pingüino desolado, puede exclamar como hace Federico:
He sido
cual ficha loca de billar
de tumbo en tumbo
divorciado por casi todos.
Este trozo de vida
ha sido duro de labrar
como una roca
Qué más quieren que les diga- parece musitarnos con el alma el poeta. Pero se arma de tripas corazón, vuelve a tocarse el cuerpo, yergue su mirada en el camino, se serena, sabe que es fuerte, que tiene algo adentro que nadie lo puede quitar, por eso dice:
Dime de tu ciencia
corazón maduro,
dame de tu saber
alma viajera
y no me dejes
desviar de la senda
que nunca la he perdido
Jamás la ha perdido; siempre ha sido un poeta, un hombre con el alma en vilo, dormitante de la esencia, de la difícil fragilidad sustantiva. Sólo a estos seres deleznables pero duros les es dable enseñar la educación del pétalo, de la suavidad en estos tiempos en que la gente ni siquiera saluda ni dice permiso para pasar o que creen que cultivar el lenguaje del insulto o del menosprecio es una virtud nueva. Ante este espectáculo grotesco, ante las masacres de los poderosos de la tierra y los atropellos cotidianos contra los humildes, Manuel Federico modula desnudo, diminuto:
El mundo es duro
como una poesía
Me duele el alma
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