Sheila me caía bien, pero ya no está
Por Fabián Núñez Baquero
12/06/2011
No pude despedirme de Sheila Bravo . Abrí el correo pasadas las 18 horas y ya estaba ahí el anuncio de su deceso y entierro escrito por el poeta Ricardo Torres, por los compañeros de la Pedrada Zurda en su correo virtual.
Sheila era una muchacha alegre y bulliciosa, metida en todo y con todos y yo la quiero recordar así, con esa órbita de simpatía y fascinada interrogación que siempre la rondaba. Por favor, permítanme que use una expresión un poco demasiado familiar para referirme a esta chica poeta: me caía bien. Si me preguntan por qué, es más que probable que no sepa contestarles. Pero era así, me caía bien. Es posible que lo era por el gozo de vivir, el despejo y esa forma despreocupada de llevar adelante la existencia. También por esa talentosa picardía que desplegaba como bandera de alpinista, por esa alegría desenfadada pero sin ser demasiado estentórea, pero tampoco contenida.
Porque se daba su importancia, como casi todo artista. Después de todo no sólo fue mimada en su casa sino que también lo fue como única dama poetisa en el Taller. Y ella no hacía ningún esfuerzo en admitir que le gustaba esa situación de ser vehículo de admiración de tanto macho poeta o no en el Taller literario. Solicito comprensión para que acepten también que use la expresión chica poeta para ella. Nunca para mi dejará de ser chica poeta. Deseo que en el perfil legendario de Sheila quede impresa esta fijación a lo mejor obsesiva pero real.
Es que hay muchas facetas de bohemia encantadora, y eso que talvez yo sea el menos memorioso, menos asiduo para reflejar una talla tan angélica de una dama que si hubiese tenido como cotarro a Nueva York o Londres, hubiese dejado meninas a modelos y actrices cuyo único mérito a lo mejor sea la de ser propietarias de mega fortunas o ser amantes de papanatas con cuentas bancarias de 14 o 16 dígitos.
Sheila en un escenario modesto fue toda una leyenda.
Creo que necesitó mucho coraje para convivir- aunque sea por espacios cortos- con los vándalos bohemios de la Pedrada y, antes, para escribir ese poemario pequeñín y modesto- editorialmente hablando- titulado, Yo, mujer. No está de más recordar que para la época, fue todo un escándalo, igual que lo fue un recital- creo que convocado por Iván Oñate- en la Universidad Central cuando ella competía con la sedienta y preclara poetisa de Lesbos en pleno auditorio de Filosofía y Letras…
Recuerdo una vez que nos invitó generosamente a su casa y cuán buena anfitriona era y cómo demostraba un júbilo y ostentación de Heliogábalo femenino.
Al inicio de la década de los ochenta del siglo pasado sobraban los dedos de una mano para contar a las mujeres que estaban dando pinitos en eso que ahora llaman- creo que con demasiado énfasis- liberación femenina.
Opino que Sheila rompió muchos esquemas, desde que se engolosinó con su célebre maestro de literatura- o él de ella- hasta cuando viejos verdes de dinero hacían gala de supuestamente estar con ella aunque sea por repechar el qué dirán de los círculos artísticos. No sé si el amor de su vida fue el mosquetero del pincel, Ramiro Jácome, pero me lo pareció cuando se afanaba en rescatar su memoria de él presentando una retrospectiva de su obra y tal vez un poco antes.
Con sus ojos de eterna y cruda picardía estudiaba mis reacciones cuando me anunciaba la preparación para la imprenta de un libro suyo de chismes biográficos de los más connotados literatos que atravesaron por su vida, sea o no sean de la Pedrada Zurda. Le encantaba, se gozaba con efusión, viendo mi extrañeza, mi interrogante, talvez mis reservas. Me decía que iba poco menos a no dejar títere con cabeza en el plano de la líbido y las relaciones sociales. Y yo para mis adentros decía- sin dejar de sonreírle- “esta Sheila, no cambia nunca, esta Sheila…”
Yo me quedé suspenso en ese día y en ese júbilo sensual de ella cuando me daba nombres de artistas y escenas un poco escabrosas o, al menos comprometedoras. No lo niego, era un ritual escénico que me llevaba a salir de mi seriedad filosófica y a compartir con ella su gozo cuando ella me repetía, “ es que ya está escrito” y “todos quieren que se publique ya este libro que va a ser un best seller”.” ¿Qué te parece, ah?”
Qué me podía parecer si ella imponía su influjo, su embrujo. Decididamente Sheila me caía bien. Hasta luego Sheila Bravo, ya nos veremos pronto.
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