miércoles, 28 de agosto de 2013

Reflexiones sobre la ley de la cultura y una cultura para la ley

Movilización en defensa del Yasuní


Reflexiones  sobre la ley de la cultura y una cultura para la ley
Por Fabián Núñez Baquero


¿Es necesaria una ley de la cultura? ¿O es que estamos en una época en que se da la primacía a una cultura de la ley? Lo primero implicaría que los cultores de la cultura-permítaseme esta forma de expresión para hacer más gráfico lo que pretendo explicar-,poseyendo una práctica cultural, una cultura en función, en ejercicio común y cotidiano, se reúnen, y codifican, normatizan su quehacer para convertirlo en más funcional, más expedito para sus necesidades esenciales.  Lo segundo, en cambio, significaría una involucración extraña a ellos, no proveniente de ellos mismo sino  del campo de los abogados, de los juristas o- en su forma más oficial- del estado y las entidades burocráticas de la cultura.

Los cultores de una cultura son- fundamentalmente- los que tienen el derecho a regular, legislar su propia actividad, no sólo porque saben de su quehacer, entienden su propia acción,  sino por una necesidad interior de clarificar y ordenar su experiencia y su conocimiento cultural.

Los abogados, los denominados juristas, el estado y las entidades burocráticas tienen un interés foráneo a los cultores de una cultura y a la cultura misma. Su preocupación es pertinente a la esencia de su actividad particular, que en la actual sociedad capitalista es la defensa de la propiedad privada. Y el estado y las entidades burocráticas culturales del estado son organismos que respiran, viven y se reproducen bajo las normativas de la célula de la propiedad privada capitalista.

Tenemos, entonces, dos intereses antagónicos en una relación contradictoria y con afanes disímiles y  apetitos que se excluyen mutuamente. Al menos en la periferia.
Pero pongamos que los cultores de una cultura persigan los mismos objetivos de abogados y entidades burocráticas del estado, es decir, la defensa de la propiedad privada capitalista. Entonces, es obvio, que para ellos no existiría una intromisión foránea a la cultura y que una ley de la cultura- percibida como necesaria por abogados y burocracia estatal- estaría en concordancia con una cultura de leyes y que ésta, al mismo tiempo sería interna y fundamental a los cultores de una cultura. La única diferencia sería que éstos llevarían directamente a cabo sus quehaceres culturales, en cambio, estado y abogados servirían como asesores especializados o puntos de referencia cruciales para el quehacer de aquellos.

Esto implicaría que la cultura de este tipo de cultores sería un reflejo, una referencia obligada, una manifestación evidente de las necesidades esenciales del estado, con sus abogados y entidades burocráticas.  Este tipo de cultura no estaría en conflicto con el estado y la propiedad privada. Al contrario, sería no sólo su referente circunstancial sino su soporte fundamental. Sería una cultura que representa a la norma fundamental del estado, satisfecha con la propiedad privada y sus concomitancias generales. Sería una cultura que habría llegado a un punto de equilibrio y total armonía con todo lo existente. Y si es una cultura ahíta de satisfacción con todo, con el estado, con sus normas, con sus abogados y entidades burocráticas, habría, por lo mismo llegado a un nivel  de plenitud, vale decir de paz y tranquilidad consigo misma, como cuando un apetito ha sido totalmente cumplido y no hace falta más.
Ignoramos a ciencia cierta si esta sea la perspectiva global de los cultores de la cultura actual. Si esto es así, el cineasta, entonces, tendría no sólo la compulsión sino la obligación de presentar filmes de plena felicidad, de alegría estentórea y de participación global de la sociedad en este mundo feliz. El actor y actriz, el dramaturgo, en presentar obras de teatro que expresen este sentimiento de gozo y conformidad con todo. El poeta debería renunciar a su nota melancólica y hasta trágica y empezar a producir una poesía angélica, sin preocupaciones ni personales ni sociales y sí con la impronta de dichosa algarabía, de comunión alegre con el entorno social. El músico empezaría hacernos oír la armonía de las esferas que ya lo soñaba Pitágoras y cantautores y compositores deberían renunciar al rock negro o pesado, a la canción de protesta, o a inventarse desacuerdos con la pareja o con las personas. El pintor y todos los artistas deberían expresar su contento con la realidad actual haciendo incluso loas al régimen del denominado socialismo del siglo XXI, al estado, es decir, a las organizaciones del aparato terrorista del estado como el ejército y la policía.

El poeta debería- por propia decisión y necesidad- escribir un poema al estado y a la propiedad privada. El pintor ya no debería pintar a la justicia con venda en los ojos, sino esplendorosa, con ojos claros y despiertos, sabiendo que ahora la justicia, como el pan y el trabajo, es para todos.  De hecho los artistas todos deberían, como en la ominosa  época de José Stalin, hacer panegíricos cotidianos al nuevo gobernante quien ha hecho posible tanta increíble felicidad.

Si esta realidad es así, entiendo que aun  los mismos abogados y hasta las mismas instituciones burocráticas del estado,  creerían que resulta superfluo elaborar leyes sobre una cultura que ha  entrado en tan perfecta unanimidad con el aparato estatal, con abogados y burocracia. La cultura y el arte- no teniendo antagonismos con el estado de la propiedad privada y su clase dominante, no necesitaría una legislación porque ésta sólo se hace necesaria cuando se dan diferencias de intereses y de perspectiva. 

Y las diferencias de intereses y de perspectiva sólo se manifiestan principalmente cuando existe la desigualdad económica y social. Cuando se dice no robarás, es porque hay desigualdad económica y social, cuando existe una ley, es porque hace falta un garrote para poner en orden a los hambrientos. Y si hay hambrientos es porque hay desigualdad. La sociedad que usa una ley compulsiva y necesita tribunales y cárceles, es una sociedad desigual e injusta por antonomasia.

En el caso de la cultura, una armonía total entre intereses de cultores y estado, abogados y entidades burocráticas, entrañaría una igualdad de tal naturaleza que virtualmente toda la sociedad sería cultora de su propia cultura. Todos serían cultos. Y si todas las personas son cultas, es evidente que toda la sociedad se auto gobernaría a sí misma, que no necesitaría del estado, de abogados ni de instituciones burocráticas.

La necesidad de una ley de la cultura, por lo mismo, supone ya de por sí la existencia de la desigualdad económica y social. Una ley de la cultura es el garrote para poner orden en el campo de la cultura y es el reconocimiento de que no todos son cultos y si no son cultas todas las personas, es que existe desigualdad y hace falta estado, abogados, fuerzas armadas, entidades burocráticas, para diferenciar a los cultos de los incultos y poner garrote, leyes, entre cultos e incultos y entre los propios cultos.

No parece claro- al menos en el campo de la cultura, que una ley sea un garrote y que ambos presupongan la desigualdad. Pero es evidente que una cosa es el teatrero que quiere una oportunidad que le permita tener fondos, recursos económicos para llevar adelante su tarea tan querida para él, y otra, muy otra, la organización burocrática que quiere una ley y que  puede vivir gracias al trabajo de ese trabajador de la cultura.

Abogados y estado viven, son personas y organismos que se nutren de la desigualdad económica y social basados en la célula de la propiedad privada. A ellos les tiene sin cuidado la existencia de un poeta o un pintor y sus producciones, pero meten mano en la administración de uno y otras para garantizar su existencia y el entorno del sistema de la ganancia. Un escritor no puede publicar sus libros, pero el estado y las entidades burocráticas pueden hacerlo por él siempre y cuando éstos sirvan a los intereses de lo que el estado denomina “interés social”. 

A los empresarios privados sólo les interesa la cultura desde la perspectiva de la ganancia, del lucro. Pero de hecho ni es el adelanto cultural ni el interés social el que buscan, sino el mantenimiento del status quo. Si el estado hace un préstamo al pintor para su trabajo creativo y lo devenga con intereses monetarios respectivos, es porque está jugando su juego dentro de las reglas del sistema de la ganancia porque el estado es su cabal representante. El garrote es de doble filo: el artista tiene que obedecer a las regulaciones del mercado y a la vez fortalecer al estado de la propiedad privada.

Pero, de hecho, es el estado el más ferviente interesado en regular la actividad cultural, a la vez que es el primer empleador.  Los empresarios privados ven la cultura como una amenaza para su existencia y, en la práctica, muy de vez en cuando emplean mano de obra cultural y lo hacen siempre y cuando les rinda pingües beneficios. El artista quiere vivir de su trabajo, pero el estado y el empresario privado lo usan para vivir ellos. No consideran la ocupación del artista como un trabajo productivo, así como consideran no rentable la educación en general.

El cultor de cultura, el artista, no es considerado trabajador en esta sociedad de “revolución ciudadana”, así como para ser ciudadano no es necesario ser trabajador. Para la persona culta alguien quien no tiene trabajo no puede ser ciudadano ni ser humano ni nada. Porque el trabajo es la esencia humana: no sólo que construye al hombre sino que el reconocimiento social de su trabajo le permite vivir material y espiritualmente.  Si al cultor de cultura se le niega su estatus de trabajador, esto quiere decir que se le niega su propia existencia, no sólo porque no tiene ingresos, sino porque a su ocupación esencial, a su vocación, a su intransferible destino y ocupación se les priva de objetividad, de referente social, de importancia intrínseca.

¿Qué ley puede determinar que, en la práctica, un  hombre sea un cultor de cultura, un trabajador de la cultura? ¿Qué ley- extrínseca al hombre- puede proporcionar la seguridad de asignar a una persona la calidad de músico o de escritor? ¿Puede una ley producir más pintores o más titiriteros? En general, ¿la ley produce una cultura o es una cultura la que necesita reglamentar la que ya existe? Lo obvio es que primero exista una sociedad, costumbres o derechos ya establecidos, para luego dar surgimiento a una norma que- de hecho- ya existe establecida en la práctica cotidiana. Si no hay trabajadores culturales, si no hay una cultura en plena producción, entonces no puede, no debe haber una legislación sobre lo que no existe. Una ley no puede ni debe crear un cineasta. La ley no es más que el refrendamiento, la constatación consciente de lo que ya existe en la vida cotidiana.

Y lo que ya existe en la vida cotidiana es un sistema social y económico que gira alrededor del eje de la ganancia. En esta sociedad capitalista todos trabajamos para obtener beneficios: el capitalista obtiene plusvalía, el obrero salario y el artista las migajas de uno y otro. Como dice Marx en El Manifiesto hasta los suspiros más espirituales se convierten en mercancía, en ganancia, en propiedad privada.


 

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