Movilización en defensa del Yasuní
Reflexiones sobre la ley de la cultura y una cultura para
la ley
Por
Fabián Núñez Baquero
¿Es necesaria una ley de la cultura? ¿O es que estamos en una época en que
se da la primacía a una cultura de la ley? Lo primero implicaría que los
cultores de la cultura-permítaseme esta forma de expresión para hacer más
gráfico lo que pretendo explicar-,poseyendo una práctica cultural, una cultura
en función, en ejercicio común y cotidiano, se reúnen, y codifican, normatizan
su quehacer para convertirlo en más funcional, más expedito para sus
necesidades esenciales. Lo segundo, en
cambio, significaría una involucración extraña a ellos, no proveniente de ellos
mismo sino del campo de los abogados, de
los juristas o- en su forma más oficial- del estado y las entidades
burocráticas de la cultura.
Los cultores de una cultura son- fundamentalmente- los que tienen el
derecho a regular, legislar su propia actividad, no sólo porque saben de su
quehacer, entienden su propia acción,
sino por una necesidad interior de clarificar y ordenar su experiencia y
su conocimiento cultural.
Los abogados, los denominados juristas, el estado y las entidades
burocráticas tienen un interés foráneo a los cultores de una cultura y a la
cultura misma. Su preocupación es pertinente a la esencia de su actividad
particular, que en la actual sociedad capitalista es la defensa de la propiedad
privada. Y el estado y las entidades burocráticas culturales del estado son
organismos que respiran, viven y se reproducen bajo las normativas de la célula
de la propiedad privada capitalista.
Tenemos, entonces, dos intereses antagónicos en una relación contradictoria
y con afanes disímiles y apetitos que se
excluyen mutuamente. Al menos en la periferia.
Pero pongamos que los cultores de una cultura persigan los mismos objetivos
de abogados y entidades burocráticas del estado, es decir, la defensa de la
propiedad privada capitalista. Entonces, es obvio, que para ellos no existiría
una intromisión foránea a la cultura y que una ley de la cultura- percibida como
necesaria por abogados y burocracia estatal- estaría en concordancia con una
cultura de leyes y que ésta, al mismo tiempo sería interna y fundamental a los
cultores de una cultura. La única diferencia sería que éstos llevarían
directamente a cabo sus quehaceres culturales, en cambio, estado y abogados
servirían como asesores especializados o puntos de referencia cruciales para el
quehacer de aquellos.
Esto implicaría que la cultura de este tipo de cultores sería un reflejo,
una referencia obligada, una manifestación evidente de las necesidades
esenciales del estado, con sus abogados y entidades burocráticas. Este tipo de cultura no estaría en conflicto
con el estado y la propiedad privada. Al contrario, sería no sólo su referente
circunstancial sino su soporte fundamental. Sería una cultura que representa a
la norma fundamental del estado, satisfecha con la propiedad privada y sus
concomitancias generales. Sería una cultura que habría llegado a un punto de
equilibrio y total armonía con todo lo existente. Y si es una cultura ahíta de
satisfacción con todo, con el estado, con sus normas, con sus abogados y
entidades burocráticas, habría, por lo mismo llegado a un nivel de plenitud, vale decir de paz y tranquilidad
consigo misma, como cuando un apetito ha sido totalmente cumplido y no hace
falta más.
Ignoramos a ciencia cierta si esta sea la perspectiva global de los
cultores de la cultura actual. Si esto es así, el cineasta, entonces, tendría
no sólo la compulsión sino la obligación de presentar filmes de plena
felicidad, de alegría estentórea y de participación global de la sociedad en
este mundo feliz. El actor y actriz, el dramaturgo, en presentar obras de
teatro que expresen este sentimiento de gozo y conformidad con todo. El poeta
debería renunciar a su nota melancólica y hasta trágica y empezar a producir
una poesía angélica, sin preocupaciones ni personales ni sociales y sí con la
impronta de dichosa algarabía, de comunión alegre con el entorno social. El
músico empezaría hacernos oír la armonía de las esferas que ya lo soñaba
Pitágoras y cantautores y compositores deberían renunciar al rock negro o pesado,
a la canción de protesta, o a inventarse desacuerdos con la pareja o con las
personas. El pintor y todos los artistas deberían expresar su contento con la
realidad actual haciendo incluso loas al régimen del denominado socialismo del
siglo XXI, al estado, es decir, a las organizaciones del aparato terrorista del
estado como el ejército y la policía.
El poeta debería- por propia decisión y
necesidad- escribir un poema al estado y a la propiedad privada. El pintor ya
no debería pintar a la justicia con venda en los ojos, sino esplendorosa, con
ojos claros y despiertos, sabiendo que ahora la justicia, como el pan y el
trabajo, es para todos. De hecho los
artistas todos deberían, como en la ominosa
época de José Stalin, hacer panegíricos cotidianos al nuevo gobernante
quien ha hecho posible tanta increíble felicidad.
Si esta realidad es así, entiendo que aun los mismos abogados y hasta las mismas instituciones
burocráticas del estado, creerían que
resulta superfluo elaborar leyes sobre una cultura que ha entrado en tan perfecta unanimidad con el
aparato estatal, con abogados y burocracia. La cultura y el arte- no teniendo
antagonismos con el estado de la propiedad privada y su clase dominante, no
necesitaría una legislación porque ésta sólo se hace necesaria cuando se dan
diferencias de intereses y de perspectiva.
Y las diferencias de intereses y de
perspectiva sólo se manifiestan principalmente cuando existe la desigualdad
económica y social. Cuando se dice no robarás, es porque hay desigualdad
económica y social, cuando existe una ley, es porque hace falta un garrote para
poner en orden a los hambrientos. Y si hay hambrientos es porque hay desigualdad.
La sociedad que usa una ley compulsiva y necesita tribunales y cárceles, es una
sociedad desigual e injusta por antonomasia.
En el caso de la cultura, una armonía total entre intereses de cultores y
estado, abogados y entidades burocráticas, entrañaría una igualdad de tal
naturaleza que virtualmente toda la sociedad sería cultora de su propia
cultura. Todos serían cultos. Y si todas las personas son cultas, es evidente
que toda la sociedad se auto gobernaría a sí misma, que no necesitaría del
estado, de abogados ni de instituciones burocráticas.
La necesidad de una ley de la cultura, por lo mismo, supone ya de por sí la
existencia de la desigualdad económica y social. Una ley de la cultura es el
garrote para poner orden en el campo de la cultura y es el reconocimiento de
que no todos son cultos y si no son cultas todas las personas, es que existe
desigualdad y hace falta estado, abogados, fuerzas armadas, entidades
burocráticas, para diferenciar a los cultos de los incultos y poner garrote,
leyes, entre cultos e incultos y entre los propios cultos.
No parece claro- al menos en el campo de la cultura, que una ley sea un
garrote y que ambos presupongan la desigualdad. Pero es evidente que una cosa es
el teatrero que quiere una oportunidad que le permita tener fondos, recursos
económicos para llevar adelante su tarea tan querida para él, y otra, muy otra,
la organización burocrática que quiere una ley y que puede vivir gracias al trabajo de ese
trabajador de la cultura.
Abogados y estado viven, son personas y organismos que se nutren de la
desigualdad económica y social basados en la célula de la propiedad privada. A
ellos les tiene sin cuidado la existencia de un poeta o un pintor y sus
producciones, pero meten mano en la administración de uno y otras para
garantizar su existencia y el entorno del sistema de la ganancia. Un escritor
no puede publicar sus libros, pero el estado y las entidades burocráticas
pueden hacerlo por él siempre y cuando éstos sirvan a los intereses de lo que
el estado denomina “interés social”.
A los empresarios privados sólo les
interesa la cultura desde la perspectiva de la ganancia, del lucro. Pero de
hecho ni es el adelanto cultural ni el interés social el que buscan, sino el
mantenimiento del status quo. Si el estado hace un préstamo al pintor para su
trabajo creativo y lo devenga con intereses monetarios respectivos, es porque
está jugando su juego dentro de las reglas del sistema de la ganancia porque el
estado es su cabal representante. El garrote es de doble filo: el artista tiene
que obedecer a las regulaciones del mercado y a la vez fortalecer al estado de
la propiedad privada.
Pero, de hecho, es el estado el más ferviente interesado en regular la
actividad cultural, a la vez que es el primer empleador. Los empresarios privados ven la cultura como
una amenaza para su existencia y, en la práctica, muy de vez en cuando emplean
mano de obra cultural y lo hacen siempre y cuando les rinda pingües beneficios.
El artista quiere vivir de su trabajo, pero el estado y el empresario privado
lo usan para vivir ellos. No consideran la ocupación del artista como un
trabajo productivo, así como consideran no rentable la educación en general.
El cultor de cultura, el artista, no es considerado trabajador en esta
sociedad de “revolución ciudadana”, así como para ser ciudadano no es necesario
ser trabajador. Para la persona culta alguien quien no tiene trabajo no puede
ser ciudadano ni ser humano ni nada. Porque el trabajo es la esencia humana: no
sólo que construye al hombre sino que el reconocimiento social de su trabajo le
permite vivir material y espiritualmente. Si al cultor de cultura se le niega su estatus
de trabajador, esto quiere decir que se le niega su propia existencia, no sólo
porque no tiene ingresos, sino porque a su ocupación esencial, a su vocación, a
su intransferible destino y ocupación se les priva de objetividad, de referente
social, de importancia intrínseca.
¿Qué ley puede determinar que, en la práctica, un hombre sea un cultor de cultura, un
trabajador de la cultura? ¿Qué ley- extrínseca al hombre- puede proporcionar la
seguridad de asignar a una persona la calidad de músico o de escritor? ¿Puede
una ley producir más pintores o más titiriteros? En general, ¿la ley produce
una cultura o es una cultura la que necesita reglamentar la que ya existe? Lo
obvio es que primero exista una sociedad, costumbres o derechos ya
establecidos, para luego dar surgimiento a una norma que- de hecho- ya existe
establecida en la práctica cotidiana. Si no hay trabajadores culturales, si no
hay una cultura en plena producción, entonces no puede, no debe haber una legislación
sobre lo que no existe. Una ley no puede ni debe crear un cineasta. La ley no
es más que el refrendamiento, la constatación consciente de lo que ya existe en
la vida cotidiana.
Y lo que ya existe en la vida cotidiana es un sistema social y económico
que gira alrededor del eje de la ganancia. En esta sociedad capitalista todos
trabajamos para obtener beneficios: el capitalista obtiene plusvalía, el obrero
salario y el artista las migajas de uno y otro. Como dice Marx en El Manifiesto
hasta los suspiros más espirituales se convierten en mercancía, en ganancia, en
propiedad privada.
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