La Casa de la
Cultura será canibalizada
La autonomía es una cosa muy seria
Por Fabián Núñez Baquero
16/01/16
La
olla de la cultura está hirviendo y amenaza derramarse. El
advenedizo nuevo Ministro de la Cultura ha lanzado un ultimatum: La
Casa de la Cultura se convertirá en entidad provincial sin autonomía
y perderá su calidad global. A cambio ese fantasma gótico
denominado Ministerio de Cultura convertirá a cada ex-núcleo en una
efímera oficina particular suya como un parásito gigante que se
alimenta de un parásito pequeño e irrisorio. Esta canibalización
trae como consecuencia la atomización de la cultura, una especie de
parroquialización de los intelectuales. Un acto antropofágico que
se venía venir desde los inicios mismos del gobierno del mayor
inventor de ministerios- ahora en Carondelet- para dar abasto a sus
innumerables clientes de Alianza País y otras tiendas
partidocráticas. Esta es la franca antesala para su liquidación
como entidad autónoma de la cultura.
Recién
ahora están masticando algunos intelectuales famosos lo que
significa en realidad la palabra autonomía. El artista, el
intelectual, el trabajador de la cultura para cumplir a cabalidad su
oficio debe esforzarse por detentar una clara independencia del poder
estatal y sus gobiernos adláteres. Igual que su hermano obrero lo
tiene con respecto al capitalista y al mismo régimen en el poder.
Y
ser independiente tiene un precio muy elevado, que para ser sintético
puede ser resumido en comerse la camisa decentemente. Si ni siquiera
hay camisa para comerse entonces lo más probable es que ya no haya
ni artista ni intelectual ni cultura ni nada. Un burgués comprende a
cabalidad el significado de esta especie de aforismo in extremis. Un
pequeño-burgués- como el régimen capitalista actual- no. La
autonomía, señores del cotarro artístico y literario, es algo muy
serio.
El
burgués que ama la cultura sabe- como García Moreno o Arroyo del
Río-, que la cultura, la ciencia son indispensables y que necesitan
ingentes recursos para vivir y desarrollarse. Por eso García Moreno
trajo a los sabios alemanes y fundó y supervisó La Escuela
Politécnica. Sin alharaca y sin salarios elevados estilo Yachay,
donde los maestros cobran sueldos sin ir a dar clases, García Moreno
realizó un trabajo importante para la cultura.
En
otro rango y en otra época el dictador ilustrado Alberto Arroyo del
Río fundó el Centro Cultural, donde intelectuales como Benjamín
Carrión mamaron la teta primaria de la cultura y competían en cómo
alabar mejor al tirano. Cuando éste fue defenestrado por la
revolución Benjamín Carrión no sólo que se cambió al bando
opuesto sino que usó la idea y el mismo Centro de Arroyo para
convertirlo en Casa de la Cultura. Este fenómeno de permutación de
un intelectual como Carrión no fue el único. También permutó su
rango de miembro del Partido Socialista con el de embajador de un
gobierno burgués en México, hecho que motivó su expulsión del
partido por traición al socialismo en acta de febrero de 1933. La
cultura ganó una Casa pero perdió la revolución y el socialismo.
Este mal ejemplo de apostasía caló muy hondo en las filas de los
socialistas y estalinistas de la época y sirvió de práctica
conductual de ahí en adelante. Un intelectual que abandona las filas
de un partido cuya meta es transformar en esencia toda la sociedad y
a cada individuo equivale a inocular el travestismo social y se
convierte en el timador clásico y el agente más destacado de la
desmoralización y el desprestigio de la doctrina y del partido. En
los hechos es un quintacolumnista del enemigo de clase al interior y
el mal que genera es irreparable. De ahí que no deba sorprendernos
que los herederos de Carrión, también disfrazados de socialistas,
sean ahora los que
defiendan la vergonzosa propuesta de eternizar en el poder al
dictador actual, un timador también disfrazado de socialista.
La
repercusión de la felonía de Carrión fue inmensa hasta tal punto
que apenas diez años después socialistas y comunistas estalinistas,
con Pedro Saad a la cabeza, cambiaron la revolución llamada Gloriosa
de 1944 por un puesto en un ministerio, lo que da pie para señalar
que no eran socialistas, peor comunistas y que no tenían otra
cultura que la de un ministerio. Por eso ahora están de acuerdo y
apoyan un Ministerio de Cultura y el ejercicio vitalicio en el poder
del dictador actual.
De
tal forma que bien podemos decir con certeza que el legado real y
sustancial de Arroyo del Río fue la creación de la Casa de la
Cultura. Ahora es otro tirano- aunque deslustrado- quien desea, en la
práctica, eliminarla. Lo que los historiadores llamarían una
especie de justicia histórica: solo un dictador puede deshacer lo
que hizo otro dictador: hay que crear incultura a expensas de la
cultura: fomentar la partidocracia con más partidocracia y
oponiéndose entre dientes a ella.
Un régimen que ha eliminado miles
de escuelas y privado del derecho a la educación a decenas de miles
de personas; un gobierno que está vendiendo en pedazos el país a
capitalistas chinos y banqueros norteamericanos; un régimen
manirroto, y generoso en precios y beneficios a través de carreteras
y construcciones de toda índole; un gobierno que ha enriquecido a
una maloliente capa de trepadores y ambidextros presupuestívoros;
que ha atacado los derechos de los maestros; que se ha disfrazado de
ecologista y defensor de la Pacha Mama, cuando es el más grande
depredador del ecosistema para beneficiarse a sí mismo y al salvaje
capitalismo, un régimen, en fin, que está pidiendo a gritos una
fiscalización de toda su gestión administrativa, no es extraño
que ahora se las tome en serio contra el pariente pobre de la
administración del estado: la cultura.
El
régimen capitalista de clase media de Correa, que ha basado su
clientelismo burocrático en los erráticos y efímeros precios del
petróleo, que hoy está por los suelos, necesita dinero. Constituye
una ley fatal que el capitalismo no pueda atender los requerimientos
básicos de una sociedad peor aún los de la cultura. Pocas fuerzas
productivas- empresas, tierras, fábricas- en pocas manos, una
minoría que se come casi la totalidad del producto interno y el
presupuesto del estado, convierten a la mayoría de pobres y
trabajadores en menesterosos y hambrientos. Entre ellos, los más
selectos y más golpeados son los artistas e intelectuales.
El
capitalismo no puede proporcionar trabajo y bienestar a todos. El
Sumak Kausay solo es para la minoría de privilegiados. Por lo que la
creación de más burocracia es casi una fatal maldición para los
gobernantes burgueses, no tienen otra cosa que hacer. Correa ha
tenido un doble escudo protector: la burocracia y el bono de la
pobreza. Ahora ese escudo que era de hierro se está convirtiendo en
de trapo gracias al coletazo de la crisis del capitalismo y la baja
del precio del petróleo que es la expresión que, junto al alza del
dólar y al desempleo masivo, están preparando un escenario de
pesadilla para el régimen.
Por
eso ahora Correa quiere recurrir al recorte y la anulación, si es
posible, del presupuesto para la cultura. Pero es evidente que entre
sostener una entidad reciente y sin funciones reales como el
Ministerio de Cultura y la Casa de la Cultura, con larga trayectoria
histórica, aunque desde la época de Carrión haya servido para
aupar y magnificar a ciertas familias o artistas, nos quedamos con la
Casa de la Cultura. Es mejor lo malo conocido que lo bueno por
conocer dice el viejo adagio popular. Pero a lo mejor al régimen le
resulte más barato sostener el mamotreto del Ministerio que no a la
Casa de la Cultura.
La
Casa es burocracia, es cierto. Toda labor de gestión es burocrática:
la de la administración también lo es. La gestión cultural implica
una burocracia cultural, esto fue así desde los grandes imperios
como el egipcio y el sumerio y Grecia y Roma también tuvieron lo
suyo.
Pero
la gestión cultural implica administrar creatividad, cuando se lo
hace responsablemente. Ayuda a mantener aunque sea el mito de la
alta estima entre literatos, pintores, músicos, que se ven
respaldados por algo, por alguien; ellos tienen un lugar de reunión,
cuando se los permite. Hay una democracia para el artista cuando la
hay, hay recursos modestos o medios o por lo menos la promesa de
tenerlos.
La
Casa ha intentado mantener equipos de trabajo en literatura, música,
filosofía, historia,arte. Es verdad que la mayoría de miembros no
funcionan porque aunque se han afiliado a una institución cultural
ellos ni son cultos ni representan lo que fungen representar. Incluso
los dirigentes, en su mayoría, no han sido idóneos para la
administración de cultura para todos. En los hechos han acaparado
invitaciones al exterior, fondos para desarrollo artístico, fama,
publicidad. Pero lo han podido hacer gracias al vacío y a la nada de
los miembros de nombre, esos espectros que solo quieren figurar con
nombres y fotografías y para las prebendas o canonjías que procrea
el estatus de ser miembro de la Casa de la Cultura, además de
cualquier privilegio adicional.
Pero
esa albóndiga vacía del pomposamente llamado Ministerio de Cultura
no posee ni siquiera historia negativa, si exceptuamos el paso
alborotado y chusco del ilustre locutor Paco Velasco, que en paz
descanse. Los que le han sucedido están intentando copiar su estilo
y su cosmovisión pero siempre se quedarán cortos.
En
resumen resulta que la Casa, dentro de la órbita usual del
capitalismo, es un mal necesario.
Un
Ministerio no es una Casa. En aquel todo es trámite, antesala,
influencias, papeles y trampas para obtener ganancias sin hacer nada.
La Casa es más familiar, hay algo de calor para los artistas e
intelectuales, existe una perspectiva, aunque sea una ilusión, un
engaño coloreado para los sentidos. Es como una dama llena de
historias y peripecias, que no es hermosa, talvez nunca lo ha sido,
pero tiene algo que contar, que decir y proponer.
La
Casa necesita una re- ingeniería urgente, una toma de conciencia
real de con quiénes cuenta, quienes son en realidad sus miembros, si
trabajan, si son justos en dar a cada cual lo de cada quien, si
impiden el anquilosamiento o ese malsano pegoste de esos hongos
podridos de las eminencias grises o vacas sagradas. Aunque hay vacas
que de verdad es necesario convertirlas en sagradas debido a su
importancia crucial para la cultura. Necesita adelgazar de personal y
engordar de trabajo colectivo.
El
mal necesario solo se convertirá en un bien colectivo mediante una
revolución social que barra el individualismo salvaje, la ganancia,
y el arte y la ciencia estén al alcance de todos y donde no
necesitemos de dictadores que nos estén mostrando cada día el
espectro del desempleo y el hambre.
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