Arte y cultura y la
burocracia cultural
(A propósito sobre el proyecto de
ley de la cultura)
Por Fabián Núñez Baquero
26/08/13
El proceso de administración de
la cultura copia en última instancia el proceso de administración de la
producción. Solo que en este último el administrador es en el fondo y a la vez
el dueño del medio social de producción. El administrador de cultura se apropia
del excedente de los trabajadores de la cultura en la forma de un sueldo o
salario que devenga por su labor de gestionar los productos de los creadores.
Por consiguiente existe una clara
demarcación contradictoria entre los productores de cultura y sus
administradores. El estado de la ganancia y la propiedad privada necesita leyes
y directivos para disciplinar y normar la plusvalía en un sistema de
explotación del trabajador y de beneficio del capitalista.
Este mismo estado requiere de burócratas
encargados de regular la producción cultural, es decir, de alguna manera
ofician como capataces del trabajo y la acción de los trabajadores de la
cultura. Así como el capitalista extrae plusvalía del trabajador, el caporal de
la cultura extrae excedente del trabajador cultural. El obrero se encuentra en
franca oposición con el capitalista. El obrero cultural suaviza esa oposición
porque el excedente no es tan directo como la plusvalía, pero es tan tangible y
material como ésta. El capitalista necesita del estado y la ley de defensa de
la propiedad, del aparato burocrático del estado para disciplinar y dominar al
obrero. El burócrata de la cultura necesita de una ley de cultura para sojuzgar,
someter por intermedio de la cultura de la ley, al cultor y creador social. Las
herramientas de sojuzgamiento en uno y otro caso son parecidas, aunque es más
sutil la del burócrata cultural.
El empleado cultural usa varios
disfraces, desde ministro hasta simple empleado de departamento. Hace cantar a
los cantantes pero, en última instancia, él lleva la voz cantante. Hace
declamar a los poetas pero es él quien obtiene los réditos del poema. Es
el máximo cantautor entre los
cantautores y pinta con brocha ajena los más plácidos cuadros que le hacen
gozar solo a él. El funcionario es hincha a muerte de la ley y de la cultura y,
sobre todo, de una ley para la cultura. Esto
le permite dar legalidad a su exacción de excedente. Le importa inflar
la estadística de artistas y de espectáculos para que haya más campo y
autoridad en su oficio. Si no hay artistas o trabajadores de la cultura se los
inventa, entonces habrá más motivo para ampliar dependencias culturales y engrosar sus ingresos en forma de viajes,
cuotas de responsabilidad y demás gangas económicas y sociales. Es él quien da
oportunidad o la niega al artista o al trabajador o grupo de trabajadores
culturales.
Así como el capitalista demarca
patrióticamente un territorio para generar plusvalía, de la misma manera el
burócrata es más patriota que el patriotismo y defiende la cultura nacional que,
si por él fuera, prohibiría toda cultura, todo arte fuera de la periferia de su
reducto nacional. Así su coto de predominio estará asegurado y no tendrá que
prepararse para responder a las exigencias de una real cultura internacional.
De la misma manera que el
capitalista crea la enajenación del obrero robándole trabajo, el burócrata
convierte al trabajador cultural en un fetiche a quien hace creer que le basta
el reconocimiento público, una medalla o un diploma o una mención afectiva
mientras el burócrata se lleva el botín real. La cultura del creador no es la
misma que la cultura del capataz, del burócrata cultural. Éste desea que el
trabajador se adapte a una cultura para el estado y para la versión oficial del
gobierno, que tanto le beneficia. En tanto que el artista defiende su creación
así ésta se oponga a la corriente de dominación del gobierno y del estado. El
burócrata tiene un fin concreto, obtener réditos materiales.
El artista solo tiene un fin en
sí mismo, en el gozo y la convicción de su creación. El artista mientras más
grande es, más se opone a los clichés y a la institucionalización del arte y la
cultura que son los fines facilongos que
persigue el administrador. El arte y el artista navegan a contracorriente de la
misma sociedad y no se dejan domesticar por la moda, por la politiquería o por los intereses superficiales de la capa de
los funcionarios y capataces de la cultura. El arte puede convertirse en
artesanía pero es bien difícil que la artesanía se convierta en arte. El
mayoral de la cultura pretende convertir todo arte, toda producción social en
artesanía. Ésta es fácilmente vendible y comerciable y no marca la tensión de
la creación diferente, de la invención real para aportar al nacimiento de una
nueva sociedad.
Al capitalista le interesan los
productos, las mercancías y no el trabajador. Convierte a la sociedad en un
intercambio de cosas, en cosas para el intercambio, en el predominio de las
relaciones de las cosas sobre la misma humanidad. El obrero y la sociedad son
cosas, objetos, relaciones y funciones inanimadas para obtener beneficio para
el empresario. El capataz cultural transforma al arte y a los artistas en
productores de oficinas, de más funcionarios y más ministerios, de más gangas y
prestigio social para las instituciones frías y desalmadas del estado. No le
interesa la función viva de la principal fuerza cultural y artística de la
sociedad, esto es, el trabajador cultural, el obrero de la cultura. No es el
músico o el pintor lo que buscan sino la obra y el espectáculo con los cuales
enriquecerse o sostener su estatus económico y social. Así como el capitalista
se opone al sindicato o a la organización política de la clase obrera, el
mayoral de la cultura se opone radicalmente a que sean los cultores de la
cultura los que se auto organicen y dirijan su propia acción cultural.
Los hombres de cine deben organizar y
administrar la cinematografía que practican. Los literatos su propia empresa
literaria. Nada que signifique cine o literatura debe ser tratado por hombres,
parlamentarios o asambleístas, menos por burócratas de la cultura.¿ Por qué
deben meter las narices politiqueros de segunda y de baja estofa para normar y
legislar sobre lo que no saben ni les interesa ni lo practican? ¿Un analfabeto
dando lecciones de lectura? ¿Un ciego enseñando cromática pictórica? ¿Un
inculto ejerciendo de ministro de la cultura? ¡Y es lo que sucede, amigos, es
lo que sucede!
La burocratización de la cultura
es el resultado ineluctable de un estado basado en la administración de las
cosas sobre los hombres, del fetichismo de la mercancía y de la enajenación del
trabajo del obrero. La enajenación de la conciencia no es sino un reflejo de la
enajenación real del producto del productor, del trabajo social de la sociedad.
Si al burócrata no le interesa cómo supervive
el músico o el poeta, ¿cómo puede interesarle al parlamentario o asambleísta el
trabajo real del artista o el científico y la necesidad de que sean los propios
actores sociales quienes gestionen su propia creatividad? Pueden hablar de
formar bibliotecas con el trabajo de los escritores pero no de dotar a los
escritores de bibliotecas y de medios económicos para que ellos trabajen en su
oficio. Quieren pinacotecas pero con trabajo gratis de los artistas del pincel.
De hecho les respaldan o les hacen supuestas críticas de arte a cambio del
obsequio de cuadros. Y los músicos deben adaptarse al gusto de pacotilla
nacionalero de los sobrestantes de la cultura. Si ellos tienen su organización
para ganar con sus creaciones musicales, entonces hay que borrarla para que se
someta a los dictados de la burocracia estatal y a los impuestos de rentas.
Reflexiones sencillas hacen los
problemas más sencillos. ¿Qué es lo primario, la existencia de artistas,
científicos, cultores de cultura o los administradores o ministros de cultura?
La creatividad de un pueblo no se mide por la ley que se ponga o se imponga a
esa creatividad. La creación es primaria a la ley. Los pueblos pueden vivir sin
ley pero no sin creación, sin productividad. La creación es libre, autónoma, no
se la puede encasillar tras los barrotes de una dependencia o una ley, o en la
dependencia de la ley. Pero tampoco se la puede esclavizar en las cuatro
paredes de una ideología por muy feliz y paradisíaca que sea .Quienes ofrecen
felicidad a cambio de que sea el arte o la ciencia quienes hagan propaganda
sobre ellos obstaculizan su libertad y su acción. Son chantajistas de élite.
Hitler y Stalin ofrecieron su propio paraíso a artistas y científicos y lo que
les dieron fue el infierno de los campos de concentración y el genocidio.
Los cultos son cultivadores,
cultivan su propia cultura, hacen un seguimiento de todos sus desarrollos y de
la nación y el planeta en que viven. ¿Cómo se puede mantener una cultura si no
se vuelve a vigilar las realizaciones del día anterior? Reflexión del ayer y
meditación del presente en perspectiva para el porvenir, esta es la cultura de
los cultos. ¿Cómo puedo defender los idiomas de las etnias si no soy lingüista
y no entiendo la gramática y el vocabulario de cada una de ellas, si no existe
su memoria? Sea que estén vivos o no los idiomas y dialectos exigen un trabajo
serio, permanente, de convicción. El idioma záparo es trascendente no sólo
porque ya hay pocas personas záparas sobrevivientes de esa etnia, sino por su
categoría intrínseca. Los cronistas nos aseguraron que hubo sacerdotes franciscanos y jesuitas que recogieron
vocabularios y forjaron las gramáticas de los idiomas anteriores al quichua, ¿
por qué no investigar en la Madre Patria el destino de estos trabajos?
¿Quién les ha hecho creer que el quichua es el
único e importante idioma indígena? ¿Acaso no es primordial reeditar los
trabajos de lingüística de Jijón y Caamaño? ¿Quién puede realizar un informe
científico de la arqueología de Cochasquí y su posible seguimiento para el
futuro? ¿Es que puede olvidarse fácilmente las labores del Instituto
Antropológico de Otavalo?
Si la Casa de la Cultura fue autónoma y luchó contra
gobiernos civiles y militares que atentaron contra ella, ¿ por qué ahora, de la
noche a la mañana, debería pasar a ser subordinada a una cáscara vacía con el
nombre de Ministerio de Cultura, sin fondos propios y sin autonomía?
Necesitamos
artistas y científicos y no gestores o administradores. Las cabezas son más
decisivas que un edificio elegante albergando armatostes o elefantes blancos de
cal y cemento. Es el cerebro más trascendental que una computadora porque es
quien la creó y la sigue creando y recreando. El hombre más cardinal que un
edificio porque lo construye. El trabajador de la cultura más importante que la
ley o que el ministerio que dice representarlo. Lo que existe más decisivo que
lo que recién va a nacer. La Casa de la Cultura es más capital que el
Ministerio que pretende absorberla. El presidente de esa Casa más trascendente
que el ministro que recién se inicia a lo mejor en la lectura o el trajín
cultural.
El proyecto de ley de la
Presidencia de la República sobre la Cultura es mamotreto muerto, un paradigma
de legislación vacía de contenido con la única decisión burocrática de
centralizar el poder hasta en el plano cultural y convertir al ministro de
cultura en una especie de Dios que está en todas partes y en ninguna. Siendo
benévolos, podemos decir que esa ley intenta profundizar la burocratización de
la cultura, es decir someterla, domesticarla a una filosofía inexistente llamada Sumak Kausay, que no sabemos con qué
se come ni para qué sirve.
Correa pretende anotarse otro triunfo: eliminar la autonomía de la
Casa de la Cultura, cosa que no lograron gobiernos dictatoriales militares ni
de ultra derecha. La Casa de la Cultura no es ninguna pera en dulce pero hay
que decir que existe materialmente, no es una abstracción poética o matemática,
tiene una trayectoria casi centenaria, con muertos, heridos, conquistas y
caídas, con burocratización al por mayor, pero existe más que la entelequia
correísta llamada Ministerio de Cultura. El proyecto de ley circula por la
atmósfera sin aire, en el vacío, y hay que decir, en honor a la verdad, que es
ideal para ser aprobada por la vaciada inteligencia de los Asambleístas ligth
del grupo de Alianza País.
El proyecto, como el caos, surge
de la nada. No intenta siquiera presentar antecedentes, mostrar un catastro de
la cultura existente, peor aún realizar una evaluación de la operación de
entidades como la Casa de la Cultura, el Conservatorio de Música, Patrimonio
Cultural, la acción de entidades con buena voluntad y fondos como Foderuma, el
Departamento de Difusión Cultural del Banco Central.
Si estas entidades con
tantos años de funcionamiento no han cubierto las necesidades reales de la
cultura y sus cultores, ¿qué nos garantizará que un advenedizo parto de los
montes, como lo es el vacío Ministerio de Cultura, sea la respuesta? Lo que nos
trata de decir el proyecto correista es que es posible combatir el burocratismo
con más burocratismo. Es lo que, en el plano político, ha realizado combatiendo
a la partidocracia con más partidocracia incrustada en los riñones del
gobierno.
El proyecto de ley borra de un
plumazo la ley de ejercicio profesional del artista para que se adecue a la
nada evanescente de este nuevo proyecto. Deroga la ley de Fomento Nacional del
Cine sin el más mínimo respeto a la necesidad de una explicación del proceso y
realización del séptimo arte. Elimina la ley orgánica de la Casa de la Cultura,
que surgió con muchos sacrificios y luchas y como producto de la traición
ideológica de Benjamín Carrión al socialismo. Es un precio caro lo que costó al
pueblo la creación y mantenimiento de la Casa de la Cultura para que entre
gallos y medianoche vengan magos charlatanes y lo metan en la bolsa vacía de su
ilusionismo barato.
La Casa de la Cultura, aun con su
obesa burocracia es, de hecho, la que ha venido funcionando como una entidad
ministerial y abarcando las artes, la historia, la ciencia y la tecnología. No
lo ha hecho bien, es verdad. Ha sometido a los creadores a la dictadura de la
potente burocracia que ha impuesto hasta
la ridícula decisión de no trabajar sábados y domingos, ¡precisamente los días
en que turistas y público en general disponen para visitar museos, la lectura y
la recreación! Siempre se ha quejado de
falta de fondos pero nunca de falta de creadores o artistas y peor aún del
incremento de personal innecesario. Las eminencias grises la han utilizado para
publicar sus propios libros, para viajes, viáticos, y prebendas personales. Y, claro, ahí se han
forjado las delirantes argollas que han dominado la cultura por más de 3
décadas y que – risiblemente- se les ha visto pujar por poner sus retratos como
celebridades del jet top de la
literatura y el arte vernáculos.
Un estudio real, serio, de lo que
ha sucedido en la Casa de la Cultura, ofrecería la oportunidad de ver nuestras
debilidades y virtudes como cultura, la acción o inercia de los individuos, la
forma de operar que tiene el ácido
corrosivo de la burocracia.
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