jueves, 1 de junio de 2017

La máquina de poemas de Microsoft


La máquina de poemas de Microsoft

Antonio Fabián Núñez Baquero
jueves, 1 de junio de 2017



No es una declaración surrealista ni una pesadilla kafkiana, es una realidad monda y lironda: Microsoft ha sacado al mercado un libro creado por una máquina para confeccionar poemas.[1] Ha puesto a los poetas al mismo nivel que los obreros manuales en las factorías o costureras de la industria textil o de casa. En estos tiempos- nos cuesta decirlo- la realidad se adelanta demasiado a la imaginación y pone a la creación literaria en la silla de ruedas mientras ella vuela en aviones supersónicos o en misiles intercontinentales. El maquinismo cibernético ahora ataca el corazón del lenguaje: la creación poética. Y lo hace con la matraca audaz del algoritmo cuántico y su cadena de permutaciones. Pero ya lo decía el viejo Baruch Spinoza: no hay que llorar ni reír, hay que comprender.
Lo primero que hay que decir respecto al artilugio de Microsoft es que es un refinado logro de la inteligencia artificial, una hazaña admirable de técnica. Aunque de entrada hay que enfatizar que este instrumento ha sido programado- y no puede ser de otra manera- por la misma inteligencia humana que ha generado todos los procesos de ciencia y tecnología de que disponemos ahora.
Dicen que la maquinita puede escribir diez mil sonetos en un tiempo relativamente corto. Este sistema es un notable- aunque de alguna manera predecible- resultado de lo que puede obtener el sistema binario de Boole y el circuito integrado a velocidades vertiginosas, electrónicas. La combinatoria de palabras y semántica que genera este artefacto, con semejante rapidez, convierte al hombre, a los poetas, en terriblemente lentos artesanos en su producción artística. Y no entremos todavía a juzgar los niveles de calidad poemática de uno y otros.
 Es lo que ha sucedido- en otra escala- con los programas de dibujo, pintura, diseño arquitectónico y de ingeniería, que han ahorrado trabajo y quitado mano de obra a muchísimos profesionales en el mundo.
Al trasluz de la historia, han sido las herramientas, los instrumentos, las máquinas, las que han hominizado al hombre, han modelado su cuerpo, su mente y su destino: el hombre se distingue de los otros animales por ser un fabricante de herramientas, por extender el orbe de sus sentidos más allá de su posibilidades cercanas y sensoriales. Las herramientas han servido al hombre en sus tareas cotidianas y siempre lo han hecho con más eficiencia: el garrote sirvió mejor que la mano o el brazo; el martillo, mejor que el garrote, el martillo hidráulico o eléctrico, mejor que el martillo manual, la rueda mejor que los pies… La maquinaria industrial- pura invención humana- ha sufrido el mismo curso de transformación, mejora y perfeccionamiento. Pero en todos los casos-hacemos hincapié- el despliegue de la industria y las máquinas es invención, realización humana. Los créditos no son para las máquinas, para las cosas producidas, sino para el hombre. Esto no hay que olvidarlo nunca: el progreso, el arte y la ciencia, la misma transformación social no caen del cielo, todo lo ha hecho el hombre mediante la fórmula mágica por excelencia: el trabajo.
Solo que ahora la máquina que nos ocupa procesa sentido, semántica, con abrumadora rapidez combinatoria. Pero lo programación de semejante inteligencia artificial- no importa insistirlo- con el algoritmo poético correspondiente, es invención humana, y no hubiese sido posible sin el enorme desarrollo histórico que va desde la invención del lenguaje, hasta el despliegue de la física y la electrónica que incorporan y perfeccionan la cibernética, el automatismo.
En la producción industrial de poesía que Mr. Gog había iniciado en la década de 1950 del siglo pasado, y que lo supimos gracias a su creador, Giovanni Papini, esta máquina sería una aliada ideal, insuperable para su proyecto.
Entiendo que podemos poseer la máquina y hacer que fabrique poemas, como podemos usar siempre un vehículo o caminar con nuestros propios pies. A más que, en el caso cibernético, la inteligencia artificial no puede resolver al instante los nuevos problemas de semántica y de la vida que se presentan al hombre y a su voluntad de creación. Y aun si pudiera hacerlo, el poeta y su función social son una necesidad humana irremplazable. La creatividad que se plasma en un poema mejora al hombre y a su entorno, le libera de las presiones emocionales, de traumas y desequilibrios y da cabida a cambios neuronales, endocrinos y hormonales decisivos para consolidar su existencia.
Por supuesto siempre hay lugar para la farsa y el oportunismo.  Habrá gente que lo utilicen para usar poemas con sus nombres y hasta participar en concursos o en páginas electrónicas donde se aúpan el narcisismo y la nombradía de la hora. Pero todos sabemos la diferencia entre escuchar música y crearla o interpretarla. Entre ser un creador o un sicofante. Otros sacarán los poemas de la máquina y se convertirán en intérpretes, declamadores de los poemas de la inteligencia artificial, deteniendo su libre y personal poiesis, invención. Lo que sería fatal para sus nervios, su mente, su salud y la de sus oyentes o leyentes.
Pero también tendrá su lado bueno: agudizará nuestros sentidos para percibir los matices, las diferencias entre los poemas producidos por humanos y los del instrumento electrónico.  Además de que nos hará distinguir un poema real- entre los que producen los humanos- y los malos inventos, esa usual y abusiva yuxtaposición de palabras sin engarce, sin sentido, sin arte, que escriben los que fungen de artistas. Es muy probable que la máquina de poemas nos ayude a evidenciar su orfandad su desnudez, su negación poética.
Ahora lo que nos hace falta es probarla, pero ¡ojo! No caer en la trampa de cosificar, electronizar nuestro gusto y nuestros sentidos para irnos por la vía cómoda de la herramienta que nos da haciendo todo.
En resumen : Lo insólito no es que una máquina con un algoritmo realice poemas basados en combinaciones de palabras y poemas realizados por poetas vivos anteriores o actuales. Lo realmente sorprendente es que los poetas de carne y hueso, sin ayuda de inteligencia artificial alguna, desnudos de mecanismos y engranajes cibernéticos, solo con su inteligente lógica sensorial produzcan poemas reales y sentidos. Sin ellos los robots de Microsoft no hubiesen podido producir nada y en tan vasta escala como ahora lo realizan.





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