Acidez y dispersión en el planeta
Acidez y dispersión en el planeta
Por
Fabián Núñez Baquero
La
sociedad actual padece del síndrome del PH ácido en lo biológico, producto de
alimentación inadecuada, y de la dispersión mental por las muchas actividades
simultáneas que practica. Es un doble ataque a la concentración y a la
persistencia, las virtudes plenarias para la realización eficaz de la vida y la
creación. Se fue la época de los dinosaurios,
pero éstos se han quedado en el hígado y el comportamiento de la humanidad.
Cuando el organismo recibe o crea muchas emociones simultáneas tiende a
cortocircuitarse o a no funcionar con la sencillez del antiguo reloj biológico,
aunque atenazado en ese tiempo por las agudas necesidades primarias. Ahora el cuadro se ha venido a empeorar con
los artilugios electrónicos, el internet y los teléfonos celulares.
No
se puede negar que la juventud y no pocos de los adultos se ven fascinados,
como la cobra con la flauta, con el canto de sirena bronco y saltado de las
llamadas de teléfono y el chat, los juegos y las noticias mundiales. Han
surgido la ansiedad cibernética y la histeria y la monomanía electrónica que
empuja a la dispersión de los sentidos y a la seria falta de atención en tareas
de largo aliento. Y la memoria se ve consignada a un inútil accesorio de la
mente y reemplazada por el almacenaje de datos en la placa del ordenador o en
el pendrive. Hay una tendencia alarmante a la robotización de los seres
humanos.
Es evidente que todo tiene su medida y su
escala.
No
negamos el avance tecnológico y la utilidad general de los instrumentos creados
por el siglo del chip, los circuitos integrados y la cuántica: son instrumentos
poderosos que nos sirven para alcanzar conquistas inimaginables sin ellos. Pero
también es verdad que el uso que la mayoría de la humanidad da a estas
portentosas herramientas no es del todo adecuado. Se podría decir que la red
electrónica mundial transporta basura en un 99% en la forma de chismes de
estrellas de cine, crónica roja planetaria, violencia y brutalidad contra
niños, mujeres y adultos, vanidad pánfila y politiquería pazguata, correos
insustanciales, con un sistema de criptografía barata y con faltas de
ortografía que aplana los cerebros y aplasta la necesaria cualificación de la
especie. Millones de seres humanos enrolados a juegos de dos o tres dimensiones
como si ya tuviéramos todos los problemas del mundo resueltos y como si las
personas vinieran solo a divertirse y a divertir a los demás.
Ahora
cuando más concentración y persistencia necesitamos para las grandes tareas en
un globo entregado a la dispersión y a la violencia, la infancia y la juventud
menos son educadas en estas virtudes cardinales. El milagro del arte y la
ciencia, que tanto nos asombran ahora, son nada más que el simple resultado de
la concentración y la persistencia de los genios y prohombres en el estudio y
la creatividad. Los grandes escritores y científicos hicieron uso de sus manos
y de su memoria para plasmar sus no menos grandes descubrimientos.
Ya
Aristóteles en el primer parágrafo de su Metafísica establece la memoria como
la distinción fundamental entre el hombre y los demás animales. Einstein y
Cervantes escribieron con sus manos la teoría de la relatividad y El Quijote.
No llevaban memoria electrónica ni se chateaban con sus iguales. Solo poseían
su memoria entrenada todos los días, su aguda concentración y persistencia en
la meta que se habían impuesto, y su pluma. Sabían que sin memoria es imposible
dar un paso hacia adelante en la invención y en la creación. Aprendieron de
memoria poemas o ecuaciones de otros antes de escribir las suyas. Antes de ser
famosos tuvieron que sufrir el duro y prolongado anonimato. Los gigantes de la
historia que verdaderamente cuentan nos enseñan solo esta simplicidad:
concentración y persistencia.
Es impensable Bach sin horas de horas de
concentración ante el órgano o el clavicímbalo. Una hora ejecutando el
instrumento es mejor que hacerlo diez minutos o de vez en cuando. Leonardo da
Vinci se sabía de memoria el cuerpo humano y las leyes de la perspectiva. Es
evidente que necesitó utilizar muchas horas diarias para obtener este
conocimiento y su ejecución en su arte. Y cuando hablamos de la concentración
de estos gigantes hablamos de la concentración y larga persistencia en el solo
objetivo que se habían impuesto.
Si queremos grandes memorias y mayor
persistencia en la sociedad, empecemos por resucitar la vieja y saludable
costumbre de la declamación. Aprender poemas célebres de memoria y declamarlos
es un magno ejercicio para el real crecimiento de la especie: nos agudiza todos
los sentidos y nos hace mejores.
Es
mejor saber números telefónicos, fórmulas matemáticas, citas de filósofos o de
historia, de memoria. No confiar todo al teléfono celular. Talvez sea mejor
escribir a mano lo que deseamos memorizar. El escritor es preferible que
escriba a mano sus producciones, porque luego al pasarlas al ordenador puede
mejorarlas.
Y
la consecuencia obligada de todo esto: persistir, perseverar en los logros ya
alcanzados. Esto significa que debemos preservar, cultivar, no olvidar las
metas que ya hemos conquistado. Y esto implica también una concentración
diaria.
No olvidar que la palabra fue primero hablada
antes que escrita y que el ejercicio oral impulsó la claridad del habla, creó
la necesidad de la escritura y perfiló la precisión del pensamiento que ha
hecho posible todos los logros del arte, el pensamiento filosófico y la
ciencia.
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