martes, 9 de enero de 2018

Acidez y dispersión en el planeta

Acidez y dispersión en el planeta

Acidez y dispersión en el planeta
Por Fabián Núñez Baquero

La sociedad actual padece del síndrome del PH ácido en lo biológico, producto de alimentación inadecuada, y de la dispersión mental por las muchas actividades simultáneas que practica. Es un doble ataque a la concentración y a la persistencia, las virtudes plenarias para la realización eficaz de la vida y la creación.  Se fue la época de los dinosaurios, pero éstos se han quedado en el hígado y el comportamiento de la humanidad. Cuando el organismo recibe o crea muchas emociones simultáneas tiende a cortocircuitarse o a no funcionar con la sencillez del antiguo reloj biológico, aunque atenazado en ese tiempo por las agudas necesidades primarias.  Ahora el cuadro se ha venido a empeorar con los artilugios electrónicos, el internet y los teléfonos celulares.
No se puede negar que la juventud y no pocos de los adultos se ven fascinados, como la cobra con la flauta, con el canto de sirena bronco y saltado de las llamadas de teléfono y el chat, los juegos y las noticias mundiales. Han surgido la ansiedad cibernética y la histeria y la monomanía electrónica que empuja a la dispersión de los sentidos y a la seria falta de atención en tareas de largo aliento. Y la memoria se ve consignada a un inútil accesorio de la mente y reemplazada por el almacenaje de datos en la placa del ordenador o en el pendrive. Hay una tendencia alarmante a la robotización de los seres humanos.
 Es evidente que todo tiene su medida y su escala.
No negamos el avance tecnológico y la utilidad general de los instrumentos creados por el siglo del chip, los circuitos integrados y la cuántica: son instrumentos poderosos que nos sirven para alcanzar conquistas inimaginables sin ellos. Pero también es verdad que el uso que la mayoría de la humanidad da a estas portentosas herramientas no es del todo adecuado. Se podría decir que la red electrónica mundial transporta basura en un 99% en la forma de chismes de estrellas de cine, crónica roja planetaria, violencia y brutalidad contra niños, mujeres y adultos, vanidad pánfila y politiquería pazguata, correos insustanciales, con un sistema de criptografía barata y con faltas de ortografía que aplana los cerebros y aplasta la necesaria cualificación de la especie. Millones de seres humanos enrolados a juegos de dos o tres dimensiones como si ya tuviéramos todos los problemas del mundo resueltos y como si las personas vinieran solo a divertirse y a divertir a los demás. 
Ahora cuando más concentración y persistencia necesitamos para las grandes tareas en un globo entregado a la dispersión y a la violencia, la infancia y la juventud menos son educadas en estas virtudes cardinales. El milagro del arte y la ciencia, que tanto nos asombran ahora, son nada más que el simple resultado de la concentración y la persistencia de los genios y prohombres en el estudio y la creatividad. Los grandes escritores y científicos hicieron uso de sus manos y de su memoria para plasmar sus no menos grandes descubrimientos.

Ya Aristóteles en el primer parágrafo de su Metafísica establece la memoria como la distinción fundamental entre el hombre y los demás animales. Einstein y Cervantes escribieron con sus manos la teoría de la relatividad y El Quijote. No llevaban memoria electrónica ni se chateaban con sus iguales. Solo poseían su memoria entrenada todos los días, su aguda concentración y persistencia en la meta que se habían impuesto, y su pluma. Sabían que sin memoria es imposible dar un paso hacia adelante en la invención y en la creación. Aprendieron de memoria poemas o ecuaciones de otros antes de escribir las suyas. Antes de ser famosos tuvieron que sufrir el duro y prolongado anonimato. Los gigantes de la historia que verdaderamente cuentan nos enseñan solo esta simplicidad: concentración y persistencia.

Es impensable Bach sin horas de horas de concentración ante el órgano o el clavicímbalo. Una hora ejecutando el instrumento es mejor que hacerlo diez minutos o de vez en cuando. Leonardo da Vinci se sabía de memoria el cuerpo humano y las leyes de la perspectiva. Es evidente que necesitó utilizar muchas horas diarias para obtener este conocimiento y su ejecución en su arte. Y cuando hablamos de la concentración de estos gigantes hablamos de la concentración y larga persistencia en el solo objetivo que se habían impuesto.
 Si queremos grandes memorias y mayor persistencia en la sociedad, empecemos por resucitar la vieja y saludable costumbre de la declamación. Aprender poemas célebres de memoria y declamarlos es un magno ejercicio para el real crecimiento de la especie: nos agudiza todos los sentidos y nos hace mejores.
Es mejor saber números telefónicos, fórmulas matemáticas, citas de filósofos o de historia, de memoria. No confiar todo al teléfono celular. Talvez sea mejor escribir a mano lo que deseamos memorizar. El escritor es preferible que escriba a mano sus producciones, porque luego al pasarlas al ordenador puede mejorarlas.
Y la consecuencia obligada de todo esto: persistir, perseverar en los logros ya alcanzados. Esto significa que debemos preservar, cultivar, no olvidar las metas que ya hemos conquistado. Y esto implica también una concentración diaria.
 No olvidar que la palabra fue primero hablada antes que escrita y que el ejercicio oral impulsó la claridad del habla, creó la necesidad de la escritura y perfiló la precisión del pensamiento que ha hecho posible todos los logros del arte, el pensamiento filosófico y la ciencia.



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