Pablo Picasso
Hombres e instituciones
( No
hacen falta ni alcaldes ni concejales ni…)
Por
Fabián Núñez Baquero
La Prefectura de Pichincha no tiene consejeros provinciales desde
hace rato y no ha pasado nada. Conclusión: no hacen falta. Igual
podemos decir de los concejales, no hacen para nada falta. Entonces
¿para qué elegirlos si con los administradores zonales basta y
sobra? Pero no solo en este rubro sucede esto.
Sigamos con el propio
alcalde: ¿ es que es necesario un alcalde en una época de refinada
tecnología y comunicación a distancia y en tiempo real? Una robusta
administración basada en los administradores zonales, quienes pueden
reunirse y decidir cualquier asunto importante o secundario de la
ciudad, es más que suficiente.
Un
alcalde, además de ser una figura decorativa y onerosa, es propenso
a enriquecerse indebidamente junto a sus zalameros adláteres. Es
ineficiente,caro, inútil, innecesario.
Ahora
hay como 18 individuos que desean ser alcaldes, todos ellos y sus
listas solo servirán de chimbadores para que a la final gane el
candidato de la jorga de Izquierda democrática,Democracia Sí de los
hermanos Larrea, Ricaurte, el vivísimo de Vive y otritos ex de
Alianza País: me refiero al millonario héroe del Cenepa, a quien en
ninguna administración anterior se le ha hecho fiscalización
alguna, y que bien se lo merecía y con urgencia.
Quito puede dar el ejemplo de ahorrarse estos estúpidos problemas de
elecciones municipales. Pero si el resto de provincias le siguen
sería mejor. Quito debería propender a deshacerse de esta clase de
vividores y chupasangres y de los que desean imitarles ahora y en el
futuro.
Por
esta vía estaríamos preparados para desocuparnos de más robustos
sinvergüenzas de otras instituciones que sirven de casas de
beneficencia para estos pícaros siete suelas.
La
idea me vino de un artículo de un señor Hernández que escribe para
los 4 Pelagatos y diario El Expreso: refiriéndose a Participación
Ciudadana él alude con razón a que es una institución que debe
desaparecer porque Correa defendía las instituciones aduciendo que
éstas no son el problema, sino los hombres, con lo que cambiando de
personal las cosas marcharían mejor.
Así pensaba Correa. Y, repito,
Hernández tiene razón. Pero si esto es cierto con respecto a
Participación Ciudadana, es más cierto aún con respecto a las
elecciones de alcaldes y concejales: son instituciones que no sirven
para nada que no sea el engordamiento de una encopetada burocracia y
el aumento de mendicantes alrededor de los nuevos magnates arrogantes
y ensoberbecidos.
Pero
no queda ahí la cosa: es posible vivir en un mundo sin Asambleas o
Parlamentos: también son instituciones donde sus miembros engordan
de tanto no hacer nada y convirtiéndose en adictos a los diezmos y a
la venta de votos y de influencias, se vuelven necesarios en la
cadena de la corrupción: honradamente hay que decirlo: son parásitos
con sueldos elevadísimos y con seguros de vida y sueldos vitalicios.
No hay derecho a que estos sujetos que hablan tanto del estado de
derecho sean siniestros
representantes de... su bolsillo izquierdo y
del saqueo del erario.
Debemos
recordar que presidentes,
vicepresidentes, alcaldes,
alcaldías, concejales y parlamentos no existieron siempre, sino a
medida que las ciudades crecían y con ellas los elementos que vieron
en el gobierno la forma más honrada de
saquear los bolsillos de los demás a través de impuestos y
alcabalas.
Como
los termitas que forman montañas con sus excrementos, así gente
incapaz y
rapaz se acumula en los intersticios del estado, presidencia,
vicepresidencia, alcaldías y
concejalías. Y el mejor
invento para sostener y medrar de este sistema es la institución de
las elecciones: un método muy refinado de sablear al prójimo
fingiendo que lo hacen para su beneficio y del estado.
Luego el dichoso Consejo Electoral tampoco debería existir.
Los
trabajadores de verdad no están en las filas de la administración
pública, y ni siquiera en la privada. Los
trabajadores y pobres no van por propia voluntad a la farsa de las
elecciones. Si éstas fueran voluntarias iría muy poca gente: solo
la que le gusta el chisme, la charla insubstancial y los enredos para
medrar.
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