Las
artes visuales y la poesía
(Los
rapsodas en recital cinematográfico!)
Las
artes visuales y la poesía
(Los
rapsodas en recital cinematográfico!)
Por Fabián Núñez Baquero
23/09/18
La
imagen cinematográfica o una fotografía vale más que mil palabras,
dicen los cineastas. Pero, la verdad,una palabra propone mil
imágenes, decimos los poetas. La palabra, entre muchos de sus
atributos tiene uno: la imagen susceptible de generar emoción,
poesía. Una sola palabra sugiere, de acuerdo al contexto, muchas
imágenes, pero una imagen visual es una, solo una, en su
enfriamiento estático. La imagen de una estación de tren concreta
es esa y solo esa estación de tren, pero la frase:
¿Era
una estación de tren?...
sugiere
y hasta invalida cualquier imagen de estación de tren aunque crea la
imagen de cualquier estación de tren. La palabra es
multisémica, la imagen visual unívoca y singular.
El
hombre se come el espacio
Es
una frase que puede ser imaginada-visualizada- de diversas maneras:
desde la acción basta de la alimentación de vacío, hasta la
fotografía de un corredor de fórmula uno.
Oigo
la calentura cercana de los cromosomas
Esta
paradoja es una sinestesia poética intraducible al lenguaje de la
visión fotográfica. El cine es el séptimo arte. La poesía el arte
primigenio, la primacía de lo primario y de lo último, la esencia y
quinta esencia de todo arte.
Imagen visual y poesía
participan de la capacidad de retratar el mundo y el hombre, y lo que
es más fundamental, son los más poderosos inventos de la humanidad:
la palabra hablada y escrita, y el poder de reproducir la vida
mediante la representación de rostros, cuerpos, movimiento. Ambos
producen imagen. Cine y poesía se hermanan en la imagen. Nunca se
repetirá demasiado el asombro descomunal que nos causa el cine y la
palabra.
La
palabra por si sola es música, color, piedra o panorama, es el punto
de mira y de realización de todos los encantos y precisiones de la
ciencia y la filosofía, de la novela, del relato, del poema. Existe
o no existe poesía en la música, la novela, el cine o la pintura,
en el trato cotidiano o en la vida.
Las
artes visuales tienen en cambio, la prerrogativa de la comodidad: en
su estatuaria fílmica se encuentra todo embotellado, listo para
usar, no hace falta nada: el hombre se apoya en el almohadón del
ocio, de la pereza, y se deja llevar por el manantial ya destilado y
final que filtra por sus ojos, sus sentidos. Quizás es por esta
encantadora comodidad que nos dejamos atrapar- no nos cuesta nada-
por el séptimo arte. Es como los juegos, una hedonística manera de
pasar y percibir la existencia.
La
imagen visual trasmite directamente, sin filtro alguno- hasta cierto
punto- la acción, el movimiento, la vida. Por eso también genera
emoción, arte. Pero de todos modos necesita de la palabra para
completarse. El cine mudo hizo ver a gritos esta urgencia. Y hoy
parecería que faltan palabras adecuadas, artísticas para detener la
violencia descerebrada que se escapa en cada film contemporáneo.
Hace falta poesía, es decir la lectura de la vida con la predilecta
traducción de la voz, el sentimiento y la lógica sensorial.
Por
supuesto un poema, una novela, un relato, exige al menos el trabajo
de leerlos, no así un cuadro pictórico, un documental fílmico, una
fotografía. Será por eso que la poesía es el cuco de maestros,
editoriales, alumnos y personas de supuestos recursos culturales. No
quieren saber nada de la poesía, porque ésta es peligrosa: afina
los sentidos y agiliza la disposición al trabajo, la lectura, la
descodificación de textos.
Las
artes visuales no enseñan a leer, por el contrario, contribuyen a
que individuos alfabetos se cambien en analfabetos al optar por la
fácil escenografía cinematográfica. Por supuesto lo visual es una
apoyatura frágil, pero que ayuda en la enseñanza, aunque yo no
recomendaría para nada a aquellos profesores que, a falta de
conocimiento o de trabajo, entretienen su vida pasando películas a
los estudiantes, a veces con temas que no tienen nada que ver con su
materia. No sé si estos maestros infocus sean mejores o
peores que los maestros autobiográficos que convierten cada
hora de clase en tribuna de su insípida vida personal.
La
poesía, el trabajo por descodificar textos sensitivos y su propuesta
semántica, no solo aterciopelan la sensibilidad sino que agudizan la
visión filosófica, científica y la capacidad esencial de leer el
mundo. Y claro, si podemos unir cine y poesía en una sola persona,
qué mejor. Y tenemos en Miguel Ángel Narváez un ejemplo: es un
rapsoda y un productor cinematográfico. El próximo sábado 29 de
septiembre nos trae una primicia que debemos recibirla con alegría y
respeto: ¡Los rapsodas en un recital cinematográfico! ¡Bienvenidos
a la fiesta de la imagen!
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