jueves, 15 de agosto de 2019

Teoría y práctica de la belleza

Teoría y práctica de la belleza

 
Por Fabián Núñez Baquero
14/08/19

Una palabra pulcra, escogida, contribuye a la limpieza de la mente, de la persona y al bienestar de las relaciones humanas. Y no exige en quien lo posee ninguna recompensa ni requiere tener un título o diploma que acredite su uso. Entre la índole natural y la postiza se interpone un océano de diferencia como entre el coloso de Memnón y un higo. La distancia entre la delicadeza, la belleza de una flor y el cerdo que la pisotea, es en realidad monumental.

 Y , por supuesto, se debe tener la capacidad para percibirla y en esta percepcion del ser humano se nota el grado de sensibilidad y la escala de cultura de cada persona.

Y desde luego estas virtudes nada tienen que ver con un título o grado de instrucción profesional. Hay analfabetos de exquisito comportamiento, de mente aguda y de extrema sensibilidad para comprender al hermano de ruta en la existencia. Por el contrario, y para extremar el ejemplo: hay poetas que en la práctica social abandonan la pulcritud, la estética de su oficio, para adoptar la conducta vulgar o grosera de las personas bastas.

De manera que entre la teoría de la belleza, la sensibilidad y su práctica, existe un abismo de realidad. Para ejercer la virtud de la belleza, la fineza de las relaciones humanas, nada tienen que ver los títulos, diplomas o el nivel de instrucción de cada uno. Por lo regular también en este caso la regla es filosófica: no hagáis a otros lo que no queréis que os hagan a ti . O lo que el refrán popular aconseja cada vez: poneos siempre en los zapatos del otro. Este proceder no es nada fácil en la cotidianidad: es como dejar la pereza y hacer gimnasia todos los días; no hacer trampa, no robar ni mentir y trabajar para delinear las paredes del espíritu.

Si queréis ser un buen poeta antes debéis ser una buena persona. Un buen verso surge del manantial interno y tiene su misma calidad. Podéis engañar sólo hasta cierto punto usando oropel en lugar de verbo sustantivo, pero tarde o temprano los quilates del oro o de la hojalata salen a la luz. Es el principio de compensación el que siempre predomina: la vida es un cedazo que recoge, matiza lo mejor, lo excelente y deja al fondo la escoria, lo invaloro. 

Podéis copiar lo excelsior, sin ser genuinos y publicitar a voz en cuello que sois los mejores , y sin embargo, las orejas del burro saldrán a lucir por atrás de tus abalorios. El poeta verdadero representa a lo mejor de la especie y cada verso suyo lo entiende la humanidad, los mejores de ella. Por eso, versos como estos de Vielé Grifin son eternos:

Sin la prisa de vivir que mancha y profana
sin malos goces de alma
sin que se me nombre,
solo como ayer, como hoy y todavía
encorvaré como un sarmiento de bronce
mi secreta energía...

Estos versos solo pudieron surgir de la profunda convicción del ser. Son bellos y profundos porque el alma del poeta lo es. Esto no implica que el estudio de un poeta o la cabal lectura de un libro sean ociosos. Estudiar un dístico, un verso poema, un cuarteto o escribirlos, es la práctica de la estética, de la belleza. Y si hay un ejercicio de lo bello en las palabras es porque existe belleza interior. La buena palabra no solo es ornamento sino que prepara al buen comportamiento, forma el carácter y educa la mente y los sentidos. El canto del poeta nos recuerda que el mundo no está del todo perdido.


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