martes, 4 de febrero de 2020

Fragilidad y fortaleza humanas


Fragilidad y fortaleza humanas
Por Fabián Núñez Baquero
04/02/20

La pandemia del corona-virus de Wuhan o del dengue en Bolivia nos hace pensar en la extrema fragilidad del ser humano al mismo tiempo que en su enorme capacidad tecnológica y habilidad imaginativa. En una semana los minuciosos e imperturbables chinos construyen dos hospitales para albergar mil pacientes cada uno y cada país rescata de China a sus paisanos en cuestión de horas. Y todo el mundo se pone en tensión y con la predisposición de ayudar, de contribuir aunque sea con una mascarilla o con una idea. Todos piensan y obran de una manera integral, como si el globo fuese un solo país.


En Tailandia salvan a una enferma de ese virus con un remedio para el VIH combinado con un anti gripal. Y siguen investigando a escala planetaria el genoma del virus y sus posibles soluciones y vacunas.

Mientras nos estamos quedando sin otras especies y sin insectos debido al calentamiento global y a la malsana acción humana sobre el hábitat terrestre, nos aferramos a la vida con uñas y dientes acudiendo al tesoro del conocimiento y a nuestra vasta tecnología. Un virus puede exterminarnos, pero nos concentramos en nuestros laboratorios para investigar la naturaleza de su ADN y tratamos de desmontar sus efectos en el cuerpo humano y de salvar vidas.

Ninguna filosofía, pesimista u optimista nos detiene, el depredador más mortífero del planeta solo quiere vivir. El natural egoísmo del hombre es vencido por el poderoso instinto vital de la especie, todos nos movemos al unísono junto a heroicos médicos y enfermeros que lo sacrifican todo en aras de la sobre-vivencia de nuestros congéneres. A nadie se le ocurre ir a pecho descubierto en pos de coger el virus para realizar un suicidio biológico. Sabe instintivamente que lo salvarían a pesar de su vesania o capricho. Todos piensan en la verdadera salvación personal y del género humano.

Una epidemia, como un cataclismo, nos iguala en el afán de ayudar a otros y de preservar nuestra propia existencia: pareciera como si nuestro cotidiano egoísmo sufriera una conflagración y se transformara en solicitud social, solidaria, mundial. No nos preocupa que sea en el imperio chino donde suceda el origen de esta nefasta epidemia y donde haya miles de contagiados y cientos de muertos. Ni tampoco que este imperio se encamine a dominar el mundo: sufrimos por su tragedia, que puede ser la nuestra. 

En Quito médicos y enfermeras se preocupan y atienden a un ciudadano chino que presenta el cuadro de la enfermedad, no importa quien sea, si tiene dinero o es pobre,no interesa si es del mismo país cuyas empresas y bancos atenazan y esquilman al Ecuador. En todo el globo los seres humanos hacen lo mismo y más, mandan ayuda, brigadas de rescate, aviones para sacar a sus paisanos o no atrapados en Wuhan. El planeta movilizado se mueve al unísono: todos para uno y uno para todos, como nos imaginamos el socialismo: todas las fuerzas productivas al servicio de cada uno y de todos, la ciencia y la tecnología para el bienestar humano. Hasta el capitalismo salvaje representado por Trump ofrece ayuda, el imperio ruso cierra las fronteras,como Trump , pero ofrece ayuda.

Rompemos toda traza de oportunismo, liquidamos las fronteras, aniquilamos los muros de religiones, credos e ideologías, destruimos toda noción de razas o diferencias de clase social, solo queremos el bien para todos. Y no importa si lo hacemos por el miedo a nuestra propia muerte, de todos modos la especie y su organismo social se imponen y de este modo somos mejores, intentamos,nos atrevemos a ser mejores.


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